jueves, 17 de abril de 2008

Diseminación y espacio vital: Joseph Beuys en el IVAM


Podría usar este breve espacio para despotricar de las carencias del montaje, de la presencia casi anecdótica de los vídeos (en unos televisores de 20 pulgadas con auriculares para una sola persona), del desacierto a la hora de instalar el trineo y las cajas de vino sobre unos horribles pedestales blancos, de la pésima idea de meter algunos de los múltiples en urnas de cristal. Podría, en fin, lamentarme amargamente al apreciar la brecha entre la pobre ejecución del concepto curatorial (tan discutible, por otro lado, en la ingenuidad de su espíritu didáctico) y el tono pretencioso, exento de cualquier atisbo de ironía, con que se cita al propio artista en una de las paredes: “Si tenéis todos mis múltiples, me tenéis a mí entero”. La riqueza y la complejidad de un arte practicado como un ámbito de ritualizaciones sistemáticas, destinadas al desencadenamiento de las fuerzas espirituales, sociales, estéticas y sagradas, reprimidas en el mundo contemporáneo, en otras palabras, la oportunidad de ver en acción a Beuys es un motivo de sobra, no para pasar por alto, sino para situar las carencias curatoriales antes mencionadas dentro del propio desarrollo de unas obras en constante expansión, involucradas, como afirma Christoph Schreier en el catálogo, en un fenómeno de liberación de energía a largo plazo. Y es que, a diferencia de lo que ocurre con la mayor parte del arte contemporáneo, los restos mortales de Beuys no sufren la aplastante sobre-determinación que la curaduría ejerce a menudo en la fabricación de los contextos de lectura. Dicho de otro modo, en este caso son las piezas las que condicionan la curaduría –incluso hasta el punto de reducirla a una mera excusa-. Por un lado, esa especie de presentación aporética del concepto, donde la desnudez de la idea y el mensaje conviven con un aspecto vital-mortal, que podríamos describir como una termodinámica del objeto artístico, y por otro, el proceso de diseminación de los múltiples –un proceso que excluye cualquier noción de eje temático articulador y que a lo sumo admite la postulación de discretos campos magnéticos, ya sean formales o ideológicos-, desafían cualquier intento de enfriamiento museístico.

De algún modo, Beuys siempre se las arregla para no estar en el centro de sus acciones, para escamotear su presencia como ente originario de las mismas. La acción: algo que el artista pone en marcha –la conjugación es intencional- como un acontecimiento que se hace presente en todos sus efectos, descentrándose, cambiando de signos y de formas. Los múltiples son acontecimientos. Y en ese sentido, vale la pena destacar Schlitten (1969), una de sus piezas más conocidas: el trineo sobre el cual hay una manta de fieltro y una linterna. El objeto de arte es, en el sentido más literal, un vehículo de viaje sencillo, no contaminante y al alcance de cualquiera; y en caso de emergencia, contamos con una fuente de luz y otra de calor natural. No obstante, como bien lo sabía el propio Beuys, el objeto-acción puesto en escena para transmitir un mensaje determinado en últimas da siempre algo más que el supuesto “contenido”, así que su función vehicular no lo reduce a ser un mero receptáculo desechable, un hardware físico en el cual se insertaría el software virtual. Hay una especie de ecología implícita en esta concepción del objeto: como si dijera “esta cosa lleva un mensaje, pero esta cosa es también el mensaje y éste no se puede separar de aquella, si tiras una cosa tiras la otra”. Con lo cual, cada objeto importa, cada objeto está cargado, cada objeto es un proceso que merece nuestra consideración. El objeto para Beuys está dotado de una capacidad de interlocución con nuestro cuerpo, nos escucha, nos ve, nos entiende, y en últimas es capaz de establecer contacto con otros objetos. Podemos hablar de animismo en un sentido muy primitivo del término. Y en tanto cosas vivientes, como animales en el zoológico triste que ha montado el IVAM para ellos, los múltiples se resisten, tanto como en vida se resistió el propio Beuys, a la lógica del catálogo, del museo y la exposición para toda la familia.