martes, 29 de mayo de 2007

Ironía y fábula moral. Una entrevista con Dan Perjovschi.



La primera impresión de la muestra no podría ser peor: el inmaculado cubo blanco, la adustez de un espacio estéril habitado por cuatro pedestales inertes, una maqueta vacía, el desierto sin clima, sin aroma. Convencido de que nada puede crecer en un terreno tan yermo, uno se va aproximando a las paredes con una mezcla de resignación y desencanto. Con todo, sólo unos pasos nos separan de la primera sorpresa: un trazo débil, fantasmal, algo tan tenue que casi podría atribuirse a una acción involuntaria. Se trata de una serie de dibujos a lápiz, muy similares a esas celebraciones de la obscenidad que adornan los baños públicos. Una raya vertical parte la figura simplísima de una persona en dos mitades, una de ellas dibujada con una línea punteada. Abajo se lee “immigration”. Inesperadamente, desde las profundidades del estómago emergen los estertores de la risa. Una risa que se aproxima a la carcajada y que acaba estabilizándose en una mueca burlona cuando uno recorre el resto de dibujos: los jeans del artista valen más que unos jeans idénticos comprados en la tienda de la esquina. “Primero los clonamos, luego destruimos los originales”, le dice un tipo a otro en referencia a unas vacas. Una colina con tres cruces es una tragedia, pero una colina repleta de ellas es simplemente una estadística. Así, entre risas, me acerco a Dan Perjovschi (Sibiu, Rumania, 1961), cuyo bigote tupido no hace más que acentuar el rastro permanente de la ironía en su rostro. No sin cierta extrañeza, antes de empezar con las preguntas, pienso en la manera despectiva en que Deleuze se refiere a la ironía en uno de los primeros capítulos de su Lógica del sentido: “el humor es este arte de la superficie contra la vieja ironía, arte de las alturas o de las profundidades”. Perjovschi parece contradecir estas palabras en su tratamiento de las superficies mediante una ironía que, lejos de ser un indicio de superioridad o gravedad, se muestra como algo leve, sutil y bondadoso. Un gesto que se limita a establecer una distancia y no a recalcar una jerarquía. La ironía de Perjovschi no sirve para destruir el objeto de la burla, sino para comprenderlo. Antes que en el despiadado Voltaire, habría que pensar más bien en la compasión, la ternura y la lucidez que despiden las carcajadas de Cervantes o de Kurt Vonnegut –cuyos dibujos, por otro lado, comparten tantas cosas con los de Perjovschi-.

¿Podrías describir tu posición en el actual panorama de la vida política y cultural de tu país?

Puedo intentarlo. Vamos a ver, vivo en Bucarest, pero en los últimos dos años he estado poco en mi país. Y verás, es interesante porque este hecho ha cambiado un poco la manera en que me concibo a mí mismo como artista. Ahora debo adaptarme a cada nueva situación, a cada nuevo lugar, en Barcelona, en la bienal de Sevilla, en Estambul o aquí mismo. Daré un rodeo para explicarlo. Siempre he estado muy comprometido con mi contexto, como activista y no sólo como artista. 22, la revista en la que trabajo fue la primera (y quizás la última) publicación independiente en Rumania tras el final de la dictadura. Ahora, diecisiete años después, el mercado ha sido conquistado por los grandes capitales. Todas las televisiones o periódicos pertenecen a una serie de grandes estructuras que se limitan a competir entre sí en un claro juego de control político. Y nosotros, bueno, somos el último superviviente. No tenemos mucho dinero, mucha improvisación, una impresión de baja calidad. Pero esto me parece positivo porque pese a todo somos un medio libre. Un medio fundado con la idea de transmitir, en las condiciones de la Rumania post-comunista, unas ideas más bien liberales –no liberales en el sentido fuerte en que se entiende ese término aquí, sino como el elemental respeto por los derechos individuales, por las minorías, el discurso de reivindicación de género, muy moderado-. Los fundadores de la revista, intelectuales y artistas, lo mejor de lo mejor del país, pertenecen a una generación que debe asumir el trauma que dejó el comunismo. Y en mi opinión están un poco decantados hacia la derecha. Vivimos una situación muy compleja donde los antiguos torturadores y asesinos se encuentran ahora controlando el capital; donde aquellas regiones que fueron obligadas a industrializarse durante el comunismo, se encuentran hoy sumidas en la miseria tras el colapso de la industria. Y ante estas realidades habría que elaborar un discurso más de izquierda, más crítico de todas esas condiciones, reinventando el discurso, la terminología, claro, porque la herencia del comunismo fue mortífera. Por otro lado, también es cierto que son esas mismas condiciones las que hacen muy difícil mantener cierta dignidad intelectual. Se promulga una especie de igualitarismo, pero se trata de algo que lo iguala todo por lo bajo. Y entonces, como te decía antes, el hecho de estar viajando tanto genera en mí un distanciamiento cada vez mayor respecto de las posiciones y planteamientos de muchos de mis colegas. Ya no puedo opinar igual porque la reinserción es complicada. Ya no juego las cartas, sólo me limito a observar. Junto a mi esposa Lía, también artista y una activista mucho más comprometida que yo, hemos creado una plataforma de pensamiento crítico alrededor del arte. Se trata de preguntarnos qué debemos hacer con la libertad de expresión de la que ahora gozamos. ¿Dinero? ¿Fama? Creemos que eso no basta.

Este rodeo confirma de algún modo lo que pensamos en la redacción de la revista cuando vimos por primera vez algunos de tus dibujos, esto es, que retratan una situación post-traumática.

Creo que es cierto, aunque en un principio yo no lo había pensado exactamente así. En realidad fue una investigadora norteamericana, Kristine Stiles, especialista en culturas del trauma, quien apuntó por primera vez esta característica, no sólo en mi obra sino también en la de Lia. La idea de fondo era “si no puedes cambiar la sociedad entonces cámbiate a ti mismo”, ya sabes. Pero respecto a lo que dices, es cierto. El hecho de que en mi estrategia yo me incline por lo low-tech es un gesto de independencia de los medios técnicos, la distancia crítica que proporciona el humor como un elemento de mi obra, todo eso, creo yo, proviene de la situación post-traumática a la que te referías. Para los creadores, o en general, para la gente que trabaja con ideas, el comunismo fue terrible. Quizás no tanto para la clase obrera. Pero para nosotros sí lo fue. No sólo por la censura, sino por el contexto y la estupidez a la que teníamos que ceder a la hora de representar de modo figurativo y “realista” la vida feliz del comunismo. Y ahora, después de tantos años de trabajo en los que finalmente he logrado desarrollar este lenguaje, me resulta increíble pensar en el pasado. Y más increíble aún es que me inviten en todo el mundo a exponer estas cosas.

Resulta curioso ver que una obra como la tuya, donde los aspectos comunicacionales tienen tanta relevancia, sea bien recibida en un medio, el artístico, proclive a ensalzar lo ilegible.

¿Te refieres a eso de que vas a la galería y no entiendes nada?

Digamos que sí.

Bueno, amigo, dicen que el populismo ha regresado. No, hablando en serio, es cierto que uso un lenguaje popular, cercano a la caricatura, pero detrás hay una forma de pensamiento artística. Lo que intento es comprender. Y si yo lo comprendo quiero que los demás lo comprendan. Asimismo, mis textos están escritos en inglés para poder llegar a un público más amplio. A veces ni siquiera uso textos y me limito a la imagen. Todo es simple, pero detrás hay una actitud crítica que me distancia radicalmente de los populistas. Mi relación con las galerías también es particular porque, al fin y al cabo, ¿qué es lo que estoy vendiendo? En este caso, en Helga de Alvear, hay muy poco...

De hecho las paredes están cubiertas por dibujos casi invisibles y me temo que no te los puedes llevar a casa.

Eso es. Aquí sólo hay unas postales baratas y mis cuadernos, que son como mi cocina. Entonces estoy vendiendo mi cocina. Los dibujos de las paredes son versiones ampliadas de los dibujos que hice en los cuadernos. Y la pregunta es ¿necesitas tener los originales? No. Y ahí radica el asunto porque lo que yo vendo son ideas. Vendo ideas.

Me resulta tentador comprender tu obra como una reunión de notas al pie de un gran texto, el texto del mundo contemporáneo con sus guerras, Guantánamo, atentados suicidas...

Eso es cierto. Vivo muy pendiente del presente, leo los periódicos, veo la televisión, intento empaparme del tiempo y el lugar específicos en los que trabajo. Y creo que al final todas esas pequeñas notas configuran una especie de fresco. Y esto está íntimamente relacionado con lo que hablábamos antes del uso del lenguaje popular, pues lo que intento cuestionar es el lugar que ocupa el hecho cultural en el mundo contemporáneo. Es algo paradójico porque pertenecemos a una generación educada, cientos de miles de personas con títulos universitarios, y aún así, las discusiones sobre arte y cultura pertenecen a una esfera aislada. ¿Porqué? Pues ahí se inserta mi trabajo, diciendo: “sí, puedo estar en las páginas centrales del periódico y no necesariamente en la parte trasera, en la sección de cultura”. Y no soy un caricaturista. Soy un artista. Así que intento poner la discusión sobre el arte de vuelta en el flujo general del discurso.

Pensaba en lo interesante que resulta precisamente tu crítica de las instituciones artísticas. Y sobre todo, me preguntaba por tu extraña posición en todo este juego de la cultura y el mercado.

La historia de mi vida. En fin, es lo que mi amigo, el teórico berlinés Marius Babias se preguntaba al final de uno de sus libros: ¿Se puede ser crítico aún usando zapatillas Nike? Pues bien, creo que la respuesta es afirmativa. Mi relación con las instituciones en este sentido está llena de paradojas, manejo una distancia respecto a todo, con los museos, con los curadores. Y esto también se traduce en mi posición política. Con el debido respeto, no puedo estar de acuerdo con los teóricos neo-marxistas. Ellos están todavía en el prólogo. Yo estoy en el epílogo, y me temo que el contenido del libro es un gran fracaso. Ellos aún no han tenido que leer el libro, yo sí. Asimismo, el capitalismo tal y como quieren imponérnoslo también me parece nefasto. Rumania ha hecho grandes esfuerzos para entrar en la Unión Europea, pero las reformas a veces conducen al absurdo más flagrante. Por poner un ejemplo mínimo: a personas que llevan miles de años fabricando el queso de cierta manera se les dice ahora que no pueden seguir haciéndolo así, sencillamente porque va contra la normativa europea. Es ridículo. La invasión de los supermercados, las grandes empresas. El crecimiento económico ha venido ligado a la producción de una enorme masa de perdedores, junto a una pequeña minoría de ganadores, muy, muy ricos. Pero volviendo al tema de las instituciones, hay que señalar que vivimos en un mundo lleno de situaciones paradójicas. La globalización ha dado pie a ello. ¿No te resulta increíble que sean los rusos quienes estén sacando un provecho económico descarado del espacio, ofreciendo viajes turísticos a sus estaciones espaciales, mientras los americanos siguen pensando en el espacio en términos más o menos científicos? Pues lo mismo sucede en el mundo del arte. A veces la institución más monolítica, más tradicional, puede abrir las puertas a proyectos con una política más flexible, mientras que espacios supuestamente radicales y underground sólo producen mierda mientras creen estar apartándose del sistema. Pues, amigos, les tengo una noticia: nada escapa del sistema. Todo es parte del sistema.

Aún así, pese a tus intenciones de hablar un lenguaje popular que se inserte en el mainstream, creo que tu posición tan singular sería diferente si tu procedencia no fuera marginal.

Sí, pero mi marginalidad es conceptual. Es algo construido. El hecho de venir de un país periférico, que sufrió durante el comunismo y ahora padece los embates de su inserción en el capitalismo contemporáneo, un país alejado de todo, sin una participación destacable en la cultura moderna...nosotros no sabíamos quién era Duchamp. Pues bien, tuvimos que descubrirlo y más que nada, redescubrirnos a nosotros mismos. Dadá, por ejemplo, en gran parte fue obra de judíos rumanos. Eso, por supuesto, tampoco lo sabíamos..en fin, digamos que mi marginalidad es la marginalidad del bufón medieval, el cándido juglar que canta la fábula moral. Alguien a quien le permiten decir la verdad con franqueza y ser brutalmente crítico con los poderes hegemónicos. Pues más o menos en eso consiste mi trabajo.

1 comentario:

Jorge dijo...

Magnífico trabajo. La realidad nos lleva al adelgazamiento. Totalmente de acuerdo acerca de la relación entre "la mierda" que ofrece el espacio alternativo y la posibilidad de la función dentro de los mecanismos de lo exterior, aunque no nos lleve sino a la constatación y taquigrafía de lo ruinoso. Es la aporía, la pura aporía.